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martes, 1 de febrero de 2011

ABRUMADO POR ADORAR A JESUS

 
No pienses por un minuto que este leproso limpiado
regresó tan sólo para dar gracias - No. ¡Él estaba abrumado
por un deseo de adorar a este Hombre Jesús!


El leproso remanente no podía parar de gritar: “¡Gloria!” ¡Alabanzas brotaron de lo más profundo de su ser! 

Creo que si cualquier persona adora a Cristo como hizo este hombre - quedando postrado a sus pies, gritando gracias sin moderación - ¡tal persona está decidida a nunca dejar a Jesús! En su corazón dice, "¿A quién iré? ¡Él tiene palabras de vida eterna!” 

Imagino a este hombre apareciéndose en todos los lugares donde Jesús enseñó. Cada vez que Cristo estaba en la ladera de una montaña o costa, allí se sentaba el leproso limpiado, justo al frente. Él gritaba en alta voz: “¡Te amo, Jesús! ¡Gloria a Dios! ¡Te Alabo!” Le veo en la Ascensión, llorando: “¡Llévame contigo, Jesús!” Y me gusta pensar que estuvo en el Aposento Alto el día de Pentecostés, alabando a Dios – ¡lleno del Espíritu Santo! 

Mas la verdad es que a nosotros se nos ha dado algo que el leproso agradecido nunca tuvo - ¡un potencial para el poder más allá de cualquiera conocido a la humanidad! 

Ves, tenemos acceso absoluto para venir a la misma presencia del Creador y Dios vivo - ¡y también para que él venga a nosotros! “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo... acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe.” (Hebreos 10:19-22). 

El leproso remanente no tenía tal poder. Sólo vino después que el velo del Templo se rasgó en dos. Cuando eso pasó, significaba que el hombre podía entrar y Dios podía salir - ¡para que pudiera reunirse con nosotros! 

La palabra “libertad’ en este versículo significa “con apertura, publicidad no disimulada.” Amado, ¡esa “publicidad’” es por causa del diablo! Significa que podemos decir a cada demonio del infierno: “¡Tengo derecho por la sangre de Jesucristo para caminar en la presencia de Dios y hablar con él - y él conmigo!” 

¿Crees que tienes este derecho - que Dios está dispuesto a salir y reunirse contigo? ¡Acerquémonos a él con corazón lleno de la seguridad de fe! No entramos por la sangre de una paloma o cabra o toro – sino por la sangre de nuestro Señor Jesús: 

“Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santificaban para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obra muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:12-14). 

¡Nada estremece más el corazón de Dios que cuando sus hijos van a él confiadamente, sin timidez! Él quiere que vengamos, diciendo: “tengo derecho de estar aquí. ¡Y aun si mi corazón me condena, Dios es mayor que mi corazón!” (ver 1 Juan 3:20). 

Después que este leproso se acercó a Jesús la segunda vez, la Escritura dice que Jesús "[le] sano.” “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado." (Lucas 17:19). Esta vez Jesús le dio más que limpieza - él le dio plenitud, en su mente, cuerpo, alma y espíritu. Y eso es lo que Dios está dando a todos los que se acercan a él hoy: ¡plenitud! 

Me agrada pensar que este leproso del remanente regresó a su ciudad natal y tuvo una reunión con los otros nueve leprosos sanados. ¡Qué conversación la que ellos habrían tenido! 

Los nueve probablemente estaban de pie hablando de todos los problemas que enfrentaron cuando regresaron: Las esposas se habían vuelto a casar. Los niños se alejaron avergonzados. Los viejos amigos todavía actuaban como extraños. ¡Los ajustes tenían que estar agobiándolos! 

Entonces todos se volvieron al leproso del remanente. “¿Cómo resultó todo para ti? ¿Recuerdas a ese Galileo, Jesús, el que nos sanó? ¿Qué fue de él? Y ¿por qué estás tan contento?” 

Él irrumpió en una sonrisa y dijo: “¡Estuve con él ayer! Estoy siguiéndolo - soy su discípulo, y él es mi maestro. Y créanme, ¡no he tenido problemas de ajuste! No me molesta que mi familia me rechace, o que mis amigos me desampararan. ¡Jesús me dio albergue! 

“Hermanos, permítanme decirles - ¡camino con Dios! Él me habla y me enseña. Soy ahora un fabricante de tiendas - ¡pero mi trabajo que más me recompensa es alabar a mi Señor!” 

Quizás invitó a los otros nueve a ir con él a ver a Jesús. Pero ellos probablemente le habrían rechazado: “Lo sentimos - estudiamos la ley tres noches por semana. Estamos en una gran discusión ahora sobre cuando el Mesías vendrá.” Pueden haber pensado que estaban buscando al Mesías - ¡pero ya lo habían pasado por alto! 

Así que el leproso del remanente se va - regresa a Jesús, cantando: “Hay una canción en mi corazón que los ángeles no pueden cantar - ¡Redimido! ¡Redimido!” Él está viviendo en la redención - ¡restaurado, totalmente libre! 

Querido santo, tú y yo tenemos algo mayor que este leproso. No tenemos sólo una puerta abierta, sino un Padre amante que nos dice: “Ven - eres limpio. Créelo - actúa en esto. ¡Ven y encuéntrate con Cristo!” ¡Aleluya!

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